En el mundo se producen 500 millones de toneladas de arroz por año, que a razón de unos 45.000 granos por kilo significa que se producen 22.500 billones de granos de arroz. Muchísimo, ¿no es cierto? Pues se producen muchísimos más transistores. En 2009 se producían 250 veces más transistores que granos de arroz. Se estima que ahora el múltiplo es más de mil.
Un Mercedes Benz tiene más de 10.000 millones de transistores y un Ipod más de 250.000 millones. Son comparaciones muy usadas para impresionar e ilustrar sobre la velocidad del avance tecnológico en computación, que acelera la obsolescencia del hardware y el derrumbe de los precios (vale más un grano de arroz que un transistor).
Además, el avance tecnológico contribuye a ensanchar la desigualdad social. Así lo plantea el británico Adair Turner, miembro de la Cámara de los Lores e integrante del Institute for New Economic Thinking en un artículo publicado la semana pasada en el portal Project Syndicate. Bajo el título Inequality by the Clic, sostiene básicamente que hay una brecha creciente entre el ingreso de las personas que trabajan en sectores altamente tecnificados y el resto de la sociedad.
Ese portal es, por lejos, el que concentra más firmas influyentes en economía, desde Kenneth Rogoff y Martín Feldstein hasta Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs, pasando por Nouriel Roubini, Dani Rodrik, Michel Boskin y Robert Schiller. En ese marco, llama la atención la frecuencia con la que aparecen notas referidas a la desigualdad. El mismo día que Adair Turner, el presidente del Banco Africano de Desarrollo, Donald Kaberuka, publicó un artículo titulado The Inequality Nightmare, y el día anterior el profesor de Princeton Harold James publicó otro con el título The New Inequality.
No debe sorprender si se tiene en cuenta lo que había ocurrido un día antes en Seattle. El 6 de enero asumió como concejal de esa ciudad Kshama Sawant, una economista nacida en India que había ganado la elección representando a Socialist Alternative, un partido marxista.
En su discurso inaugural, Sawant comenzó diciendo: Esta ciudad ha hecho brillantes fortunas para los super-ricos y para las grandes corporaciones, pero al mismo tiempo la vida de la gente trabajadora, de los desempleados y de los pobres se hace cada día más difícil. El costo de la vivienda se dispara a las nubes, y la educación y la salud se tornan inaccesible.
Tras señalar como responsables tanto a Republicanos como Demócratas, y calificar de espectáculo obsceno que el ingreso promedio de un CEO corporativo sea de 7.000 dólares por hora mientras que los peores pagos reclaman que se les pague 15 dólares, se comprometió a seguir luchando por sus banderas de campaña: salario mínimo de 15 dólares por hora, impuesto a los super-ricos y masiva expansión de transporte y educación pública.
No es la primera que en Estados Unidos realiza manifiestos clasistas. En una entrevista por televisión realizada en 2011 pocos días después de que propusiera gravar con un mínimo de 30 por ciento efectivo a todo aquel que tenga ingresos anuales por más de un millón de dólares, Warren Buffett, el cuarto hombre más rico del mundo dijo: Hay una guerra de clase desde hace veinte años, y mi clase la ha ganado. Somos los únicos a los que se les redujo dramáticamente las tasas impositivas.
En 1992, las 400 personas que más impuestos pagaron en Estados Unidos, tenían un ingreso promedio de 40 millones de dólares. El año pasado el ingreso promedio de las 400 que más pagaron fue de 227 millones, cinco por uno. Durante ese período, la proporción de lo que pagaron sobre sus ingresos bajó del 29 al 21 por ciento. Por lo visto, si hay guerra de clase, los ricos la ganaron.

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