La basura es una mina

EL PAÍS/MAITE NIETO / Publicada el 10/08/2014

Envases de plástico en Bali. Foto: Micah Wright
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La cáscara del huevo que acabamos de comer, las zapatillas ruinosas a las que hemos dado trote durante años, el celular obsoleto que ya no nos permite estar conectados, el bote de lejía que deja la ropa más blanca, la caja donde llegó la última compra que hicimos por internet, el plástico con el que envolvimos el bocadillo, el envase del yogur de media tarde, las luces del árbol de Navidad que hace años no parpadean.

Además de esa lata del refresco que nos supo a gloria, las llantas desgastadas que pedían a gritos un cambio, el televisor que se fundió sin avisar, el periódico de ayer, la computadora que se traba por nada, el coche que ya no quiere nadie y tiene que ir al deshuesadero, la pelota de baloncesto reventada, las botellas de cerveza del último partido con los amigos…

¿Se apuntan a seguir anotando cuántas cosas consumimos a la largo del día que terminan generando basura?

No olvidemos que a los residuos caseros hay que sumar todos los que crea la industria, el comercio, la actividad agraria y ganadera… incluso los que flotan en la órbita terrestre como resultado de la destrucción de satélites y cohetes.

Se terminaría el espacio de este artículo y no acabaríamos de enumerarlos. Desechos hay de todos los colores, materiales y formas, y en cantidades ingentes. Y es una obviedad recordar que a más riqueza, más basura. También más cubos diferenciados para recogerlos y un interés creciente para avanzar en los procesos de reciclaje y reutilización de los materiales desechados.

El estudio “What a Waste”, publicado por el Banco Mundial en marzo de 2012, afirma que cada día en el mundo sacamos más de 3.5 toneladas de residuos sólidos de nuestras casas al contenedor, pero alerta sobre que esta cantidad aumentará a más de seis millones de toneladas diarias cuando se cumpla el primer cuarto de este siglo.

Europa y EU se llevan el premio de mayores generadores de residuos. Pero de cerca le siguen países como Kuwait y muchos del Caribe (Antigua y Barbuda, Barbados…), Sri Lanka o Nueva Zelanda.

Las ciudades de países emergentes van escalando puestos rápidamente y además tienen auténticos problemas para gestionar sus residuos. Ahí están los vertederos de Laogang en Shanghái, China; Jardim Gramacho en Río de Janeiro, o Bordo Poniente en el DF, que compiten por ser los más grandes del mundo, con más de 10 mil toneladas de residuos recibidas cada día.

En el lado contrario de la balanza, Ghana, Nepal, Uruguay, Mozambique e Irán son los países que menos basura producen. Pero si llega el ansiado desarrollo, también lo hará una montaña creciente de desechos.

El problema es real, global y progresivo. Las soluciones también deben serlo. Una buena noticia es que ya hay muchos empresarios en diversos países del mundo que ven en lo que otros tiran su particular mina de oro: materia prima que además todos están deseando quitarse de encima.

La mala es que demasiados de los desperdicios de los países occidentales se exportan a países del Tercer Mundo, donde los residuos son manipulados de forma poca segura e insalubre para las personas y para el medio ambiente.

Gestionar, clasificar y reciclar son las palabras mágicas de este negocio que interesa a todos, en primer lugar por razones medioambientales y de sostenibilidad de un planeta amenazado desde demasiados frentes.

También como una oportunidad de avance en un sector generador de empleo que exige investigación y desarrollo para conseguir soluciones cada vez más eficientes y verdes para nuestra basura, y también como forma de evitar castigar en exceso a la naturaleza extrayendo de sus entrañas materias primas que se pueden recuperar de los productos ya consumidos y desechados.

Los desechos son un recurso y enterrarlos en vertederos es despreciarlos de forma incomprensible.

Gestionar correctamente los residuos supondría un ahorro para los países comunitarios de 72 mil millones de euros, la creación de más de 400 mil puestos de trabajo y un aumento del negocio anual del sector de 42 mil millones de euros, según los esclarecedores datos de la Comisión Europea (CE) que recoge un informe de la asociación ecologista Amigos de la Tierra.

Si se cumpliera la estrategia de la CE, se ayudaría a crear 2.4 millones de empleos y un volumen de negocio de 187 mil millones de euros.

Reciclar es una cuestión de economía y de sostenibilidad. Hacerlo es la salida para liberarnos de los residuos y de las sustancias tóxicas que producen y que la naturaleza es incapaz de degradar.

Por ejemplo, la mayoría de los plásticos no son biodegradables y pueden permanecer donde se depositen hasta 500 años; la basura orgánica llega a contaminar suelos y mantos acuíferos, y muchos de los componentes de los inventos tecnológicos que nos acompañan cada día resultan muy peligrosos si no son tratados adecuadamente.

A pesar de los avances en este sentido, las imágenes del reciclado son muy diferentes según el lugar del mapa mundial en el que se fije la mirada, pero todas empiezan en el mismo punto, en el usuario primario.

Un consumo más responsable y la colaboración de los ciudadanos, fabricantes y distribuidores, en el proceso de selección de los residuos facilita el trabajo de recuperación y reciclado de una forma casi inimaginable para quienes sólo piensan en lo molesto que puede resultar tener entre cuatro y cinco cubos diferentes en el hogar para depositar los restos de cada día (básicamente orgánico, envases ligeros, vidrio, papel y cartón.

Cualquiera que visite una planta de clasificación del vertedero más próximo a su hogar volvería con otra conciencia de lo que se debe hacer y por qué.

Según datos de Eurostat sobre el reciclaje de basura de embalaje en 2011, Bélgica se sitúa a la cabeza con un 80.2%; le siguen países como Holanda (71.9%), Alemania (71.8%) o Irlanda (70.9%).

Por poner dos ejemplos, con los neumáticos desechados se obtiene small, material que se utiliza en obra civil, combustible para cementeras, acero de gran calidad, losetas para parques infantiles o un granulado que ayuda a mantener el césped de los campos de futbol en óptimas condiciones; y recuperando tres litros de aceite industrial se llegan a obtener dos litros de un nuevo aceite adecuado para ser usado.

Las voces de asociaciones ecologistas frenan el optimismo. No se creen las cifras oficiales y ven problemas graves en vertederos y en el aprovechamiento.

“Es el consumidor el que paga por el reciclado”, afirma Daniel López Marijuán, de Ecologistas en Acción, “si la cifra que de verdad se recupera no es muy elevada, estamos ante una estafa. Por otro lado, entre el 40 y 45% de los residuos son materia orgánica; si se separase en origen, podría convertirse en abonos para agricultura, suelos y reforestación o en biogás”. “Si fermenta”, añade Julio Barea, de Greenpeace, “produce metano, que tiene 25 veces más efecto invernadero que el CO2, aunque permanece menos años en la atmósfera”.

Los ecologistas hablan de desastre, y desde luego éste se hace evidente si se mira hacia países del Tercer Mundo, especialmente cuando se habla de basura tecnológica.

Según cifras recabadas por la ONU, se generan 53 millones de toneladas de residuos de este tipo al año.

José Pérez, consejero delegado de Recyclia, “en toda Europa existen sistemas que se han mostrado eficaces. Los fabricantes deben hacer frente al residuo que llegarán a producir y existe la obligación de incorporarse a sistemas de gestión y de financiarlos.

“Una nueva directiva regula recoger el 45% de los equipos que se ponen en el mercado”, afirma. Pero la basura electrónica tiene componentes de valor, y frente al dinero fácil siempre surge la picaresca y las vías ilegales.

Pérez lo reconoce: “Existen robos en los puntos limpios y llegan a romper los mil y un tipos de candados de sus contenedores. Y está claro que existen fuentes ilegales que se llevan los residuos que les interesan y dejan los que resultan caros de reciclar; que canibalizan la parte de valor y tiran el resto en cualquier sitio.

“Nosotros trabajamos con plantas serias y legales que son auditadas cada año y que incluso se quejan de que no les llega suficiente material. Y es lógico porque han realizado inversiones millonarias y alguien les roba su materia prima. Falta bastante por hacer, pero tenemos proyectos en marcha para mejorar la vigilancia y también para concienciar a los consumidores y que el depósito de sus desechos electrónicos sea más fácil”, afirma.

La Convención de Basilea, ratificada por todos los países del mundo excepto EU y Haití, establece desde 1992 la prohibición de exportar residuos de este tipo a países del Tercer Mundo. La realidad es bien distinta. Una simple búsqueda en internet muestra imágenes escalofriantes de lo que allí ocurre.

El documental “La tragedia electrónica”, de la realizadora alemana Cosima Dannoritzer, revela con crudeza las condiciones en las que se amontonan estos restos en países como Ghana, India o la emergente China.

Según se relata en él, 75% de esos 53 millones de toneladas de residuos desaparece del circuito oficial, y una red de tráfico, con empresas fantasmas incluidas, se encarga de mover un negocio que, según denuncia Dannoritzer, mueve ya más dinero que el del narcotráfico. EU no ha prohibido la exportación de residuos de este tipo y genera 9.5 millones de toneladas al año, la mayoría de los cuales acaban en el Tercer Mundo.

La mitad de la población de la ciudad de Guiyu, en China, se dedica a reciclar ilegalmente residuos electrónicos por un coste 10 veces inferior a lo que significaría hacerlo en Europa o EU. ¿Cómo? Básicamente, sin ningún tipo de control. Montañas de desechos se acumulan y son manipulados incluso por niños, que distinguen los tipos de plástico quemándolos y oliéndolos, o introducen placas bases en ácidos para sacar oro. Procesos que dañan la salud y después contaminan, porque lo que no vale se desprecia y acaba amontonado en cualquier río o terreno baldío.

Aún más lucrativo es el reciclaje de chips informáticos, que, previamente manipulados, se reutilizan y en numerosos casos son vendidos como nuevos, con el consiguiente compromiso de seguridad para los sistemas que vuelven a utilizarlos.

En “Junkyard Planet”, libro de Adam Minter, periodista e hijo del propietario de una chatarrería en EU, se impone la visión de la industria del reciclaje como un negocio global.

Según Minter, esta actividad mueve 500 mil millones de dólares anualmente en el mundo y emplea a más gente que cualquier otra industria del planeta exceptuando la agricultura.

La ciudad china de Shijiao es la capital mundial del reciclado de luces de Navidad y este trabajo ha cambiado la vida de cientos de antiguos campesinos. Raymond Li, director de Yong Chang Processing, declara en el libro que su empresa recicla mil toneladas de luces navideñas. “Vi pronto que lo que otros tiraban haría rica a mi familia”, afirma Li, “por eso me uní al reciclaje de basura”.

Nada es tan eficiente y barato como reciclar en nuestra propia casa. Ante la certeza de que lo que nosotros tiramos se puede usar de alguna manera, éste es el primer paso para comenzar a desterrar una frase muy mencionada en el sector: “De la basura, lo que menos huele son los residuos”

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