(http://www.noticiasnet.com.ar/) En esta era donde nos encontramos sumergidos en un mundo en el que prima el vínculo con lo electrónico, el acceso a un dispositivo de estas características está siempre a mano. Desde el celular, hasta la netbook, el control remoto y el reloj pulsera.
Artefactos que, en su mayoría, tiene un tiempo de vida útil.
El sistema produce de manera contínua y casi desenfrenada. Cuando lo viejo se vuelve obsoleto, en la mayoría de los casos, se tira. Sin embargo poco se piensa en la reutilización de dichos elementos, que terminan por lo general apilados en los hogares, oficinas o depósitos. Los menos preocupados por el asunto, terminan desechándolos como un residuo domiciliario más.
La vida útil de los aparatos electrónicos no es finita como todos imaginan. Muchos de ellos puedan ser reparados y por qué no donados a instituciones que lo requieran. En el mejor de los casos, también, pueden ser trasladados a algún centro encargado del reciclaje y reutilización.
Lo más peligroso tanto para el medio ambiente como para la salud humana suelen ser las pilas y las baterías, sobre todo de celulares. Estas, al degradarse, y durante su estadío en el medio ambiente, al ser mal desechadas o simplemente no encontrar un tratamiento adecuado, generan residuos tóxicos que pueden contaminar el suelo y las napas de agua, con serias consecuencias a largo plazo para la salud de los seres humanos.
En Viedma y Patagones, hasta no hace muchos años atrás, podían encontrarse por ejemplo en comercios, grandes contenedores de pilas. Allí se las acopiaba en grandes cantidades para evitar que sean arrojadas a la basura domiciliaria y, en algún momento, entregarlas para su tratamiento.
Si bien la utilización de este tipo de baterías ya no es tan frecuente como antes, hoy la mayoría de la gente no sabe cómo administrar estos aparatos cuando finaliza su vida útil.
En una encuesta realizada entre un grupo de 30 personas, los resultados son concretos: un 52 por ciento no sabe qué hacer con ellas. Por otro lado, un 30 por ciento, aseguró que las junta en recipientes y las mantiene en sus hogares.
Mientras que un 18 por ciento las desecha al tacho de basura domiciliaria, lo cual resulta bastante preocupante, ya que el contenido de una pila de reloj, por ejemplo, es capaz de contaminar el agua de una pileta olímpica.
Al no existir una política estatal a nivel nacional para el tratamiento integral de este tipo de residuos altamente tóxicos, queda todo librado al azar.
En 2011, la concejal viedmense de la Alianza Concertación Laura Ramos, solicitó a través de una nota a las autoridades de la empresa Energizer Argentina y de P&G su intervención en la gestión de las pilas y baterías que se expenden en Viedma, para que, además, queden a su cargo la recolección diferenciada, transporte, acopio y tratamiento de las mismas.
Por el momento, la solicitud quedó en stand by y las pilas siguen siendo un problema, así como en muchos otros lados del país. Y esto habla, también, del compromiso que deberían asumir las empresas fabricantes para prever un método de reciclaje de aquellos artefactos que producen.
Algo que es necesario rescatar es la gestión tanto de la municipalidad de Viedma como de Patagones que se han predispuesto a la recolección de productos electrónicos en desuso. Ambas ciudades gestionaron campañas e instaron a los vecinos a destinar sus teclados, monitores, CPU, aparatos de conectividad y comunicación entre otros, para ser enviados a plantas recicladoras de Capital Federal y Bahía Blanca con el propósito de su reutilización.
Vacío legal en Argentina
En Argentina existe, hoy por hoy, un vacío legal en relación al tratamiento integral de chatarra electrónica y pilas. Desde 2008 se puso en marcha el estudio de una ley que tenía como objetivo regular la disposición final de los residuos electrónicos y eléctricos que delegaba esa responsabilidad a los productores de los artículos.
En 2012 dicho proyecto perdió estado parlamentario, que ya tenía media sanción de la Cámara de Senadores.
Entre otras de sus disposiciones, esta ley perseguía varios ejes importantes que apuntaban directamente a la responsabilidad social de las empresas, entre ellos: diseñar los aparatos y sus repuestos sin utilizar plomo, mercurio, cadmio, cromo y otros productos altamente tóxicos; diseñar y producir los aparatos de forma que se facilite su desmontaje, reparación, y su reutilización y reciclaje.
Estadísticas que alarman
En 2010, los números indicaban que un argentino promedio generaba entre 1 kg y 1,5 kg de basura electrónica.
Mientras que para 2012 el promedio se elevó a 2,5 y 3 kg generado por año.
Los números de éste 2014 también son alarmantes y ascendió aún más: según datos de la Universidad de las Naciones Unidas, cada argentino genera unos 4 kilos de RAEE (Residuos de aparatos eléctricos y electrónicos).
Prevén que, de seguir este ritmo vertiginoso de producción y tratamiento cero de los residuos que éstos generan la cantidad de chatarra electrónica aumentará a 5 ó 6 kg por persona para el próximo año.
Cuestión de época. Prima el vínculo con lo electrónico, el acceso a un dispositivo de estas características está siempre a mano. Desde el celular, hasta la netbook, el control remoto y el reloj pulsera.
Vacío político. Al no existir una política estatal a nivel nacional para el tratamiento integral de este tipo de residuos altamente tóxicos, queda todo librado al azar.
Generación. En 2010, los números indicaban que un argentino promedio generaba entre 1 kg y 1,5 kg de basura electrónica. Mientras que para 2012 el promedio se elevó a 2,5 y 3 kg generado por año.

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